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Tradiciones Aragonesas

Una región tan cargada de cultura como es Aragón, forzosamente ha de tener un legado patrimonial muy rico en tradiciones y leyendas en las que la realidad y la fantasía se mezclan en un todo indivisible, de forma tal que resulta complicado delimitar dónde acaba el testimonio histórico y dónde se da paso a la imaginación popular.

Pueden apuntarse algunos datos sobre las fuentes que, presumiblemente, inspiraron el relato que ha llegado hasta nosotros a través de los siglos. Recordaremos únicamente la más conocida de cada una de las tres provincias aragonesas que, además, han traspasado los límites geográficos de la región para alcanzar cotas mucho más amplias. Son la universal tradición de la Virgen del Pilar de Zaragoza, la bella leyenda de los Amantes de Teruel y el histórico episodio de la Campana de Huesca.

Pero Aragón no sólo tiene una tradición viva sino que, al mismo tiempo, ha sido motivo de inspiración para escritores y juglares. No puede olvidarse que Cervantes sitúa muy próxima a Zaragoza la ínsula Barataria que gobernara Sancho Panza, y que los muros de la Aljafería retuvieron a Melisendra, la esposa de Don Gaiferos. En el Pirineo aragonés quedó la marca de la espada de Roldán cuando el héroe regresaba a su tierra tras la incursión del ejército franco por tierras de Zaragoza, una huella que ha quedado plasmada en una hermosa leyenda que se conoce como La brecha de Roldán. También el poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer escribió sus mejores leyendas con ocasión de su estancia en el monasterio de Veruela.

Muy larga sería la lista de referencias y citas, pero valgan las anteriores a modo de breve testimonio y sirvan los relatos que siguen como muestra de la herencia que las gentes y los pueblos de Aragón han dejado a la cultura.

La Virgen del Pilar

Una tradición, documentada a fines del siglo XIII, afirma la aparición de la Virgen María sobre un pilar al apóstol Santiago, en la noche del 2 de enero del año 40, cuando éste se hallaba en Zaragoza. Esta antiquísima y venerable tradición cuenta también que, antes de la Asunción, la Virgen quiso consolar y animar al apóstol, en tiempos en que éste, en su caminar evangelizador, se dedicaba a bautizar a los romanizados hispanos, junto al Ebro.

La imagen original de la Virgen del Pilar -patrona de Aragón y de la Hispanidad- que se venera con esta advocación, hoy en la Santa Capilla de la basílica de su nombre, en la ciudad de Zaragoza, sorprende por sus reducidas dimensiones, que contrasta con la monumentalidad del templo. La Pilarica es una obra de fines del siglo XIV, de madera dorada. Mide 38 cm. y descansa sobre una columna, en el sitio que la dejó Santiago. Y ahí está el Pilar, esa columna de jaspe durísimo que mide un metro y tres cuartas de alto, horadada por los besos de millones de fieles y peregrinos que se han postrado delante y han depositado sus labios, en el transcurso de los siglos, musitando una petición. El primitivo templo de Santa María aparece documentado ya en el siglo IX. De la época románica sólo se conserva un tímpano empotrado en el muro que da a la plaza. Desde entonces se sucederán varios templos, siendo el actual de época barroca -último cuarto del siglo XVII y XVIII- aunque las obras y embellecimiento han proseguido hasta nuestros días.

La Virgen del Pilar tiene sus cofradías, sus damas de honor, caballeros y sus infanticos, los monaguillos que le presentan ante su altar a todos los niños de España que por allí se acercan. Su fiesta se celebra el 12 de octubre. Quiere la tradiciónque La Pilarica lleve un manto distinto cada día. Y es así como se dice que muchos fieles devotos mueren bajo el manto del Pilar. Y es que existe un privilegio que es concedido al adquirir en la sacristía de la basílica una cinta de seda, sellada y bendecida, que hará de manto al ser depositada en el lecho del moribundo.

Hay que reconocer que existen libros enteros con datos y fechas, nombres y lugares y hasta certificados- adjudicando milagros a Ntra. Sra. del Pilar. Uno de ellos, inclusive, ha merecido el honor de ser mencionado en los diccionarios enciclopédicos.

Es el famoso milagro de Calanda, del cual existe una rigurosa confirmación histórica. Tanto es así que en marzo de 1990 fue recordado, precisamente, el 350 aniversario del sorprendente milagro del Cojo de Calanda. En síntesis, los hechos ocurrieron así: Miguel Pellicer Blasco, un pobre cojo, que pedía a la puerta del templo del Pilar durante dos años, vio en la noche del 29 de marzo del año 1640 como había recuperado su pierna. Ante un hecho tan inaudito el pueblo de Calanda pidió que se levantase un acta notarial de lo sucedido. En ella se testifica que la pierna recuperada era la misma que le había sido amputada algo más de dos años atrás, ya que presentaba idénticas cicatrices y hasta las huellas del mordisco de un perro.

El propio rey Felipe IV quiso recibir a Miguel en el Palacio Real de Madrid, donde le interrogó en presencia de la Corte. Antes de despedirle, el Monarca se acercó para besar la pierna milagrosa. Esta escena fue inmortalizada por el pintor Félix Pescador en un cuadro titulado El beso de Felipe IV. También en el templo del Pilar un gran lienzo de Bernardino Montañés y varios frescos de Stolz representan, asimismo, el momento de la curación. Igualmente hay una calle que bordea la basílica llamada la calle del Milagro de Calanda, en recuerdo del sobrenatural suceso.

Los Amantes de Teruel

Según arraigada tradición, que poco a poco fue imponiéndose a la oscuridad de la leyenda, en los primeros años del siglo XIII ocurrieron unos hechos cuya historia pasamos a relatar. El joven Diego Marcilla se enamoró de Isabel, hija de Pedro Segura, titular de una noble e influyente familia del Teruel medieval. La temprana amistad se convirtió pronto en amor. Al solicitar la mano de la muchacha, el padre de ésta le rechaza y se opone al matrimonio por la pobreza del pretendiente ya que Diego, por su condición de segundón, estaba privado de bienes y riqueza. Entonces éste pidió a la joven un plazo de cinco años para ir a probar fortuna y enriquecerse. Ella se lo concedió. Mientras tanto el padre propuso a su hija nuevo casamiento, que ella posponía alegando un voto de virginidad. Pero, viendo que no tenía noticias del enamorado y habiendo pasado ya casi cinco años, accedió a las súplicas de su padre. Isabel contrajo nupcias con el hermano del poderoso señor de Albarracín. A poco de celebrarse las bodas y el mismo día en que expiraba el plazo, volvió Marcilla rico. Al enterarse de lo ocurrido, Diego logra entrar una noche en la cámara nupcial. Oculto detrás del lecho de la recién casada le recuerda su antiguo amor y le pide un beso de recompensa, porque está a punto de morir. Ella se lo niega y el joven cae muerto de pesar al pie de la cama. Asustada, despertó a su marido y, después de contarle la historia de esos amores en nombre de otra persona, le mostró el cadáver de Marcilla. Los dos lo llevaron ocultamente hasta la puerta de sus padres. Al día siguiente se van a celebrar los funerales en la iglesia de San Pedro. Cuando Isabel ve pasar el cortejo fúnebre, siente fuerte remordimiento y decide ir a la iglesia. Poco después se acerca al féretro una mujer enlutada que se arroja sobre el cadáver de Diego muriendo seguidamente: es Isabel, que ha dado a su amado muerto el beso que le negó en vida. Los presentes, asombrados por tan extraordinarios hechos, determinaron enterrarlos juntos. Son estos acontecimientos la base de la tradición que los turolenses han transmitido secularmente de padres a hijos y, por lo tanto, la tienen por verídica.

El hallazgo de dos momias en 1555, en la Capilla de San Cosme y San Damián de la parroquia de San Pedro, contribuyó a desarrollar esta tradición ya por entonces muy arraigada. La bibliografía sobre el tema es cuantiosísima, y citaremos tan sólo las obras de Artieda, Tirso, Yague, Pérez de Montalbán, Hartzenbusch, Bretón y Caruana. Actualmente, en una dependencia perteneciente a la iglesia de San Pedro se encuentra eternizada en alabastro y bronce esta sugerente historia, de los amantes Isabel de Segura y Diego Marcilla, que murieron de amor sin conocer sus cuerpos más que la paz del reposo eterno.

El gran escultor Juan de Avalos supo labrar con genial maestría esta bella historia de amor. Por eso se ha convertido su artística obra en digno mausoleo que alberga y recoge los cuerpos de los Amantes. Las dos estatuas yacentes, de fría serenidad, extienden las manos, que no llegan a juntarse, como símbolo de amor eternamente puro.

La Campana de Huesca

Parece ser que la base de este episodio pudo estar motivada por la actuación de Ramiro II el Monje contra una parte de la nobleza de su reino que se rebeló contra el rey. Existen indicios que apuntan que la decisión tomada por el monarca contra la nobleza levantisca pudo haber arrancado del ataque por parte de varios caballeros aragoneses contra las tropas de Ibn Ganya, el vencedor de Fraga, con el que Ramiro II había firmado una tregua para afianzar su inestable situación.

A partir de aquí, el hecho histórico se pierde en la noche de los tiempos y cobra fuerza la leyenda, que incorpora algunos elementos orientales antiguos, como las figuras del mensajero y el abad. El relato, que nos ha llegado transmitido por la Crónica de San Juan de la Peña, ha sido motivo de inspiración para pintores, tas, dramaturgos y novelistas a lo largo de los siglos. Cánovas del Castillo, Martí y Folguera, García Gutiérrez y otros muchos se sirvieron de este episodio en sus escritos. Existe un cuadro de Casado del Alisal que reproduce la escena en la que el rey muestra a sus nobles la campana que había ordenado fundir.

Corría el año 1136. El rey de Aragón, Ramiro II el Monje, no podía gobernar en paz sus dominios por las insidias y desobediencia de una parte de la nobleza. Para buscar una solución a sus problemas, envió un mensajero al monasterio de San Ponce de Tomares con el propósito de consultar a un abad muy sabio que allí había. El enviado real tenía el encargo de transmitir de palabra las quejas contra los nobles. Conocedor el monarca de la regla del silencio que profesaba el abad, la cual le impedía dar una respuesta hablada, ordenó al mensajero que observase detenidamente todo lo que hiciese el religioso al oír las quejas reales. Tras escuchar al enviado, el abad salió al jardín del claustro y con una hoz se entretuvo en cortar todas las ramas que sobresalían de los árboles allí plantados. El mensajero contó al rey lo que el abad había hecho. Algunos días después, el monarca convocó a los nobles del reino en la ciudad de Huesca. Durante la audiencia, les propuso fundir una campana que pudiese ser oída en todo el reino.

Pasado un tiempo, en un día señalado hizo acudir a aquellos nobles a quienes quería castigar. Les hizo entrar, de uno en uno, en una estancia en la que los verdugos les esperaban para decapitarles. De esta forma fueron ajusticiados quince ricos hombres. Sus cabezas fueron colocadas en círculo en una bóveda subterránea. Del techo pendía, a modo de badajo, la de un obispo que había capitaneado a los magnates. La campana así construida fue mostrada por el propio rey al resto de los nobles.